ANTISEMITISMO
Hace alrededor de 4,000 años Dios hizo una elección que ha afectado toda la historia subsiguiente. Dios pronunció cuatro promesas de bendición sobre Abraham:
"Te bendeciré".
"Serás bendición".
"Bendeciré a los que te bendijeren".
"Serán benditas en ti todas las familias de la tierra".
Sin embargo, intercalada en medio de estas bendiciones, hay una maldición:
"A los que te maldijeren maldeciré".
La adición de esta maldición tiene un propósito práctico importante. Toda persona sobre quien Dios pronuncie su bendición queda inmediata y automáticamente expuesta al odio y la oposición del gran enemigo de Dios y de su pueblo: Satanás. Por paradójico que pueda parecer, la bendición de Dios provoca la maldición de Satanás, canalizada a través de los labios de quienes son controlados por Satanás. Por esa razón, cuando Dios bendijo a Abraham, añadió su maldición sobre todos los que pudieran maldecirlo. Esto significaba que nadie podía maldecir a Abraham sin atraer sobre sí la maldición de Dios.
Dios no hizo imposible que sus enemigos maldijeran a Abraham, Isaac, Jacob y sus descendientes, pero sí se aseguró de que nadie pudiera hacerlo con impunidad. Haría falta todo un libro para seguir la pista de los resultados de esta maldición en la historia de individuos y naciones desde la época de los patriarcas hasta nuestros días. Será suficiente decir que en cerca de 4,000 años, no ha habido individuo ni nación que haya maldecido alguna vez al pueblo judío sin traer sobre sí en pago la destructora maldición de Dios. Nadie puede permitirse el lujo de odiar o maldecir al pueblo judío.
Nunca ha sido más necesario aprender esta lección que hoy. Tanto en el ámbito social como en el político, el antisemitismo es una de las fuerzas más poderosas que obran en nuestro mundo contemporáneo. Pero en última instancia eso implica un desastre para todos aquellos que se dejan controlar por él. La Iglesia le debe toda bendición espiritual que reclama para sí, a quienes han sido su víctima en varios tramos de la historia: el pueblo judío.
Sin los judíos, la Iglesia no hubiera tenido apóstoles, ni Biblia ni Salvador.
Sobre todo en Europa y en el Medio Oriente, donde el antisemitismo está profundamente arraigado (y en cualquier parte de América u otros continentes): reconocer abiertamente que el antisemitismo es un pecado, y a continuación, arrepentirse y renunciar a éste. Esto dará como resultado un profundo cambio interior de los sentimientos hacia el pueblo judío, y un reconocimiento de las inconmensurables bendiciones que la Iglesia cristiana ha recibido de él.
Sobre este fundamento, podemos entonces implorar a Dios que quite la tenebrosa sombra de la maldición que en la actualidad cubre gran parte de la Iglesia, y la cambie por su bendición.
LEGALISMO
En Jeremías 17:5 Dios pronuncia su maldición sobre otra clase de pecado, que, como el antisemitismo, está actuando en muchos sectores de la Iglesia:
Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.
En este contexto -como en muchos otros pasajes de la Biblia-la palabra "carne" no designa al cuerpo físico, sino que alude más bien a la naturaleza que cada uno de nosotros ha heredado de Adán, nuestro antepasado común.
El motivo esencial de su transgresión fue el deseo de ser independiente de: Dios.
Este deseo actúa en cada uno de sus descendientes. Es la marca distintiva de la "carne".
El carnal, ha experimentado la gracia y el poder sobrenaturales de Dios, pero después se vuelve a sus propias habilidades naturales.
Esa conducta revela que tiene más confianza en lo que él puede hacer por sí mismo, que en lo que Dios puede hacer por él. En realidad, ha despreciado a Dios. Esta actitud es la que provoca la maldición de Dios.
El siguiente versículo describe los resultados de la maldición que tal persona atrae sobre sí:
Será como la retama del desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedades en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. Jeremías 17:6
Poner la habilidad humana en el lugar de la gracia divina es exaltar lo carnal por encima de lo espiritual. El efecto se manifestará en muchos aspectos diferentes. Por ejemplo:
• La teología se exaltará por encima de la revelación
• La educación intelectual por encima de la edificación del carácter
• La psicología por encima del discernimiento
• La programación por encima de la dirección del Espíritu Santo
• La elocuencia por encima del poder sobrenatural
• El razonamiento por encima del andar en fe
• Las leyes por encima del amor.
Todos estos errores son diferentes manifestaciones de un gran error básico: poner al hombre en un lugar que Dios ha reservado sólo para el Señor Jesucristo.
Esta fue la clase de situación con que Pablo trató de lidiar en la iglesia de Galacia. En Gálatas 3: 1-10 él rastrea el problema desde su origen hasta su culminación. En el versículo 1 Pablo identifica el origen como una engañosa influencia satánica que él llamó "fascinación": ¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó... ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente... como crucificado? Otra versión alterna de la pregunta de Pablo es: "¿Quién te hechizó?"
Esta influencia satánica ha oscurecido la única fuente de la más que suficiente gracia de Dios: "Jesucristo crucificado".
Privados así de la gracia de Dios, su pueblo inevitablemente se vuelve hacia la única opción: un sistema de leyes religiosas.
La palabra normalmente utilizada para describir esto es "legalismo". Puesto que esta palabra a menudo se usa con imprecisión, es importante definirla con más exactitud.
En Romanos 3:20 Pablo ha descartado esto: Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.
El "legalismo" se puede definir también como un intento de imponer cualquier condición adicional para conseguir la justicia más allá de lo que el mismo Dios ha dispuesto. Los requisitos de Dios aparecen en Romanos 4:24-25: A quienes ha de ser contada [la justicia], esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación [a fin de que pudiéramos ser reconocidos justos por Dios].
Este es el requisito de Dios -simple pero todo suficiente- para alcanzar la justicia: que nos entreguemos a él, creyendo que él hizo dos cosas en favor de nosotros: Primera, entregó a Jesús a la muerte por nuestros pecados. Segunda: levantó a Jesús de entre los muertos para que pudiéramos ser contados justos.
Pero si añadimos cualquier requisito adicional para alcanzar la justicia, Dios no nos reconocerá sobre esta base, y las buenas obras no se manifestarán. Jamás seremos capaces de llegar más allá de lo mejor que pueden alcanzar nuestros esfuerzos carnales.
Esto explica la siguiente pregunta de Pablo en Gálatas 3:3: ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?
En Romanos 8:8 Pablo lo resume así: y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.
Finalmente, en Gálatas 3:10, Pablo declara que la culminación de este proceso descendente es una maldición. Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición.
La carnalidad puede tomar muchas formas. Con frecuencia son obvias y no resultan atractivas para la gente con una visión religiosa. Algunos ejemplos típicos serían: impureza sexual o inmoralidad; lenguaje vulgar; gula o ebriedad; desmedida ambición personal; ira descontrolada u otras pasiones malvadas. Lo que hace el legalismo especialmente peligroso es que resulta atractivo para los hombres y mujeres dedicados y diligentes que no se dejarían entrampar fácilmente por los pecados obvios de la carne. Sin embargo, en sus consecuencia finales, el legalismo es tan mortal como otros, pecados menos "respetables". Es el instrumento preferido de Satanás para desviar a los cristianos que de otra forma se convertirían en una seria amenaza para su reino.
EL HURTO, EL PERJURIO Y EL ROBAR A DIOS
Los tres últimos profetas del Antiguo Testamento -Hageo, Zacarías y Malaquías- tratan con varios asuntos en los cuales Israel experimentó el resultado de la maldición de Dios. Es como si estos profetas hubieran recibido el encargo de resumir la historia de los israelitas desde que habían estado bajo la ley de Moisés, y de confrontarlos con las razones por las cuales les habían alcanzado maldiciones específicas de la ley.
En Zacarías 5:1-4
De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí un rollo que volaba. Y me dijo: "¿Qué ves?" Y respondí: "Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo. y diez codos de ancho. "Entonces me dijo: "Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro lado del rollo) será destruido. Yo la he hecho salir," dice Jehová de los ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas y sus piedras. "
La maldición que describe Zacarías entra en la casa de todos los que han cometido dos pecados específicos: robar y jurar en falso. (El término moderno para este último es "perjurio".) Una vez que entra, la maldición permanece allí hasta que ha destruido la casa entera: maderas, piedras y todo.
Este es un cuadro gráfico de la forma en que actúa una maldición, después que la hemos admitido en nuestra vida.
Antes que él, Hageo había dado un igualmente gráfico cuadro de la ruina que estaba afectando la vida de su pueblo:
¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: "Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Hageo 1:4-6
La maldición que describe Hageo puede resumirse en una palabra: "insuficiencia". De acuerdo con todas las apariencias exteriores, los israelitas tenían todo lo que requerian para satisfacer sus principales necesidades materiales. Pero por alguna razón que no comprendían, siempre les faltaba algo.
Dios les había mandado un profeta para mostrarles que la fuerza invisible que erosionaba sus provisiones era una maldición que habían traído sobre sí por anteponer sus propias preocupaciones egoístas antes que las necesidades de la casa de Dios.
Muchas de las naciones solventes del mundo de hoy enfrentan una situación similar. La mayoría de la gente gana mucho más de lo que sus padres o abuelos ganaron jamás. Sin embargo, mientras las generaciones previas disfrutaron de una sensación de seguridad y contentamiento, la presente generación está plagada de un ansia incesante que nunca se satisface. En algunas de estas naciones, el nivel de endeudamiento personal es más alto que nunca.
Malaquías, el último de los tres profetas, combina los cargos ya presentados contra Israel por sus dos predecesores.
Acusa a su pueblo no sólo de una actitud equivocada hacia Dios, sino también de robo en su forma más grave: robar no únicamente a los hombres, ¡sino incluso al mismo Dios! ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: "¿En qué te hemos robado?" En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Malaquías 3:8-9
Este pasaje revela un principio que gobierna los tratos de Dios en cada era y dispensación: Dios mantiene un registro de lo que su pueblo le ofrece a él. Más de mil años antes, Dios había ordenado que Israel debía apartar para él la primera décima parte de su ingreso total, en efectivo o en especie. Era un sello importante de su pacto con Dios. La desobediencia en esto era una ruptura de su pacto. Ahora, por medio de Malaquías, Dios les pasa su cuenta.
Con respecto a todo lo que su pueblo ha retenido ilegalmente, los acusa de "robo". Señala que esto ha traído una maldición de ruina sobre toda la nación y en cada sector de sus vidas.
Pero Dios no termina con esta nota negativa. En el siguiente versículo da instrucciones a su pueblo de cómo puede salirse de esta maldición y entrar en su bendición: Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Malaquías 3:10
Para pasar de la maldición a la bendición, Dios requiere de su pueblo dos cosas: arrepentimiento y restitución. En todo caso de robo, estos requisitos jamás varían, tanto si es Dios o un hombre quien ha sido robado.
Espíritu Santo jamás hará que un creyente sea mezquino. Dios mismo es el mayor de todos los dadores. Cuando su Espíritu se mueve en los corazones de su pueblo, los hará como él es: dadores generosos.
A lo largo de todas las dispensaciones, se mantiene inalterable un principio básico: la mezquindad hacia Dios provoca su maldición, pero la liberalidad libera su bendición.
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