jueves, 29 de diciembre de 2016

COMO ESCUCHAR A DIOS (PRIMERA PARTE)


Dios desea relacionarse contigo. Desea relacionarse en forma personal contigo. No hay relación sin comunicación. Dios ha elegido hablarnos.
Una vez dijo Jesús, en Lucas 8:8: “El que tiene oídos para oír, ¡que oiga!” Abre tus oídos. Debes estar sintonizado para poder oír a Dios hablar.

Quiero aclararles que todo esto es cuestión de actitud mental. Hay cuatro tipos de actitudes, de las cuales dependerá que recibas, o no, el mensaje de Dios con claridad. Esto es algo muy importante. Obviamente, si puedes sintonizar a Dios, Él te guiará y te hará ahorrar mucho tiempo, y evitar que cometas errores; te dará consuelo cuando lo necesites, te guiará, y mucho más.

Jesús contó la historia que se encuentra en Lucas 8:4-15, Había un sembrador que salió a sembrar semillas, y al hacerlo, la semilla cayó en distintos tipos de terreno. Algunas de las semillas caían en buena tierra y otras no. Dice Jesús que estos cuatro tipos de tierra representan cuatro actitudes. No se trata de cuatro tipos diferentes de personas, sino que en realidad todos nosotros hemos tenido estos cuatro tipos distintos de actitud. De cuando en cuando las modificamos
¿Cómo oigo a Dios hablarme?

1. DEBO CULTIVAR UNA MENTE ABIERTA.

Debo esperar ansiosamente que Dios me hable, debo estar a la espera de oírlo. Debo estar listo y dispuesto a escuchar a Dios. muchos dirían: “No recuerdo ni una vez en la vida en que Dios me haya hablado”. No me refiero a una voz audible, sino a un pensamiento o idea que te vino y que supieras que eso sí venía de Dios.




¿A qué se debe esto? Una de las razones podría ser que nunca hayas estado abierto a esa posibilidad. Quizá ni siquiera sabías que era posible que Dios deseara hablarte directamente.
Pensabas que quizá Dios no quería hablarte, y quizá ni siquiera crees en eso. Cuando te cierras mentalmente, es obvio que Dios no puede comunicarse. Este es el primer tipo de terreno. V. 5:
“...una parte cayó junto al camino; fue pisoteada, y los pájaros se la comieron . . . [V. 12] Los que están junto al camino son los que oyen, pero luego viene el diablo y les quita la palabra de su corazón, no sea que crean y se salven”.

En cada granja, en cada campo, había un sendero por el que caminaba el labrador. Al caminar, sembraba la semilla en la tierra que estaba preparada. Los senderos tienen dos características:
Una es que se endurecen por causa de la gente que constantemente camina encima. El suelo se compacta y no es fértil y preparado como el campo. Es duro. La otra característica es que el sendero es angosto. ¿Conoces a alguien que sea así? Gente cerrada y estrecha de mente, con el corazón endurecido. Ni siquiera están abiertos a la posibilidad de que Dios les pueda hablar. Por consiguiente Jesús dice que el labrador siembra semilla pero ésta no penetra a causa de lo duro y compacto del terreno. No echa raíِces, no crece, se queda en la superficie del terreno y las aves vienen y se la comen. Ni siquiera tiene la oportunidad de crecer.

Lo mismo ocurre muchas veces con nosotros. Dios quiere hablarnos pero ni siquiera tiene la oportunidad de hacerlo debido a nuestra mente cerrada, a nuestro corazón endurecido, porque ya hemos tomado una postura, no estamos dispuestos a escuchar, ya hemos decidido qué es lo que vamos a hacer, así que no queremos oír a Dios. Hemos resuelto qué es lo que haremos en esta situación.

¿QUÉ ES LO QUE NOS HACE TENER LA MENTE CERRADA?

1. ORGULLO. El orgullo nos hace tener la mente cerrada. Cuando me digo a mí mismo: “Yo no necesito a Dios. No necesito oírlo. Puedo arreglármelas por mi propia cuenta en esta decisión comercial. . . no necesito a Dios. Yo sé lo que tengo que decirle a mis hijos . . . no necesito a Dios. Yo sé cómo manejar las cosas cuando salga con esa mujer (o con ese hombre) . . . no necesito a Dios. Me puedo sacar una buena nota en el examen sin necesidad de orar”.




Cada vez que optas por no orar con respecto a algo, estás en efecto diciendo: “No necesito a Dios en este asunto. Me las puedo arreglar por mi cuenta. Puedo resolverlo solo. Puedo darle solución yo solo. Puedo arreglármelas con este lío. Puedo corregir este error. Puedo resolver ese conflicto.
No necesito a Dios”. Eso es orgullo. Cuando estoy lleno de orgullo, le cierro la mente a Dios y Él no puede venir a decirme nada porque yo ya lo resolví todo. Así que no oro.

2. TEMOR. A veces tenemos temor de lo que Dios pueda decirnos. ¿Qué pasa si oro o le abro la mente a Dios y me pide que haga algo que no quiero hacer? Quizá me pida algo difícil. Quizá me pida que haga algo que le desagrade a la gente. Quizá me pida que haga algo que yo creo que no puedo hacer o que no deseo hacer. Así que me da miedo. Si permito que Dios me hable, podría convertirme en un fanático, Quizá Dios me termine convirtiendo en un religioso medio loco. Así que me da miedo. Me da miedo perder mi libertad. Me da miedo no poder divertirme más. Me da miedo no sentirme más realizado en la vida. No, Dios, muchas gracias. Entonces me cierro mentalmente. Algunos le cierran la mente a Dios sólo por temor.

3. AMARGURA. Cuando se nos ha lastimado y nos aferramos a las memorias dolorosas, le cerramos la mente a Dios. Comenzamos a decir cosas tales como: “Dios, ¿por qué permitiste esto? ¿Por qué me está ocurriendo aquello? Si eres un Dios tan amoroso y poderoso, ¿por qué sucedió tal cosa?” En la vida nos lastiman y sentimos dolor. Estamos en la tierra, no en el cielo. Dios nos ha dado libertad de elección, es decir que el ser humano tiene la libertad de hacer cosas malas en la vida, y la consecuencia de ello es que hay gente inocente que termina sufriendo. No todo lo que ocurre en este mundo es voluntad de Dios. Dios nos dio libertad de elección y la consecuencia es que hay gente que termina lastimada. Es un hecho que te van a lastimar en la vida. Lo que tú hagas con esas heridas determinará si te convertirás en una persona más amorosa o más amargada. La vida de amargura es una vida desperdiciada. Amargarse y luego aferrarse a las heridas sólo prolonga el dolor. Nuestra tendencia es decir: “Ya que me lastimaron, voy a construir una muralla, voy a levantar una pared a mi alrededor, voy a encerrarme en mi caparazón, y no voy a permitir que nadie se me acerque; ni siquiera Dios mismo, ya que Dios permitió que eso ocurriera”. Comenzamos a culpar a Dios de cosas que los demás nos hicieron. Como consecuencia, cerramos la mente. A menudo, a aquellos a quienes se ha lastimado profundamente les resulta difícil abrir la mente y el corazón a Dios, porque se han guardado muchas cosas adentro y sienten dolor.

Si te han lastimado profundamente, quiero decirte dos cosas:

la primera es que lamento que estés dolido. Lo digo con toda sinceridad. Lamento que estés sufriendo. Dios te acompaña en ese dolor. Llora contigo. Entiende el dolor que has experimentado. Una vez una mujer dijo en un funeral: “¿Dónde estaba Dios cuando mi hijo murió?” Y yo pensé: “En el mismo lugar que cuando Su Hijo murió: en la cruz”. Dios no ha prometido librarnos del dolor. Lamento que estés sufriendo. Dios sufre contigo.

En segundo lugar, quiero decirte que cuando sientas dolor y estés lastimado, no corras, alejándote de Dios. Más bien corre hacia él. Él es quien puede ayudar. Él es quien puede consolar. Él es quien te puede cuidar. Él es quien puede cambiar las cosas. Él es quien trae sanidad a tus emociones y a tu cuerpo y a tu pasado. Ningún otro puede hacer eso. Cuando tu dolor te lleva a escaparte de Dios, te estás escapando de la única persona que puede curar ese dolor. No lo hagas. No te alejes de Él. Vuélvete a Él en tus momentos de crisis. Vuélvete a Él con tu dolor en lugar de guardártelo. Entrégaselo a Él. Nunca permitas que ningún otro ser humano o ninguna otra experiencia bloquee tu relación con Dios. Eso es una tontería. Aun si se trata de personas que dicen ser cristianas y te han lastimado: sí, ellos también te pueden lastimar. Entrega ese dolor a Dios. No te desconectes de Dios porque alguien te hizo algo. Entrégale el dolor a Dios. No le cierres el corazón y no cierres la mente. La tragedia es que ese camino es árido, allí no crece nada, no da ningún fruto. Una vida amarga es una vida que no sirve para nada: sólo prolonga el dolor. Jesús dice que las aves se acercan y se comen la semilla. ¡Ese tipo de vida es un desastre!

Más bien, considera el versículo de Santiago 1:21 “Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con humildad la palabra implantada [subrayen la palabra “recibid”], que es poderosa para salvar vuestras almas”. Permítele a Dios amarte, baja las defensas y abre la mente.

El primer paso para escuchar a Dios hablar es que debo cultivar una mente amplia.

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